Ayer recibí una llamada escalofriante: un ser querido había muerto en un accidente automovilístico en circunstancias tremendamente injustas, la otra parte iba en estado de ebriedad y no respetó una luz roja. En un comienzo, mi reacción fue de incredulidad. !No podía ser! "¿Seguro?", preguntaba, pensando que tal vez mis familiares estaban exagerando y que probablemente estaba grave únicamente. Pero las horas pasaron, y la tristeza se apoderó de todos. Algunos lloraban desconsolados, otros no sentían su propio cuerpo, llegando al desmayo, y otros se ocupaban de los trámites. Porque la vida sigue, no hay tregua para los que deben seguir habitando esta tierra. Ubicar una funeraria, un abogado tal vez, recoger la ropa con la que deseamos despedir a nuestro deudo, hacerse cargo de sus mascotas, y la difícil tarea de avisar a quienes conformaban el círculo cercado de nuestro familiar.
¿Qué sigue? Recuerdo un libro muy emotivo que escribió la periodista Susana Roccatagliata, "Un hijo no puede morir. La experiencia de seguir viviendo", donde relata la historia personal de la pérdida de su hijo por una negligencia médica, junto con compilar la experiencia de otros padres que habían pasado por este infortunio de la vida. Cada una de estas familias compartieron la experiencia de perder a un hijo/a. Los testimonios son desgarradores, pero lejos de causar pena (que ciertamente lo hacen), hay un relato de crecimiento. La posibilidad que entrega el poder compartir nuestra experiencia, de sacar todo afuera, hasta las conjeturas más macabras sobre lo sucedido van generando un discurso nuevo. Tal vez emergen voces de recuerdo, de añoranza de los momentos hermosos que se vivieron juntos. Emerge el agradecimiento por, como decía Pablo Neruda, al menos habernos amado ("Prefiero haber amado y perdido, que nunca haber amado"). Puede aparecer la compasión y el perdón por lo irresoluto. Y poco a poco queda el amor, el a-mort, o sea, la negación de la muerte. Sé que es un sin sentido, que ya no está, pero si su vida llenó este espacio con amor, entonces no hay muerte que lo supere.
El dolor tiene esa particularidad: podemos trascenderlo sin necesidad de huir de él. Para el psiquiatra austriaco Viktor Frankl, creador de la logoterapia, quien vivió parte de su vida en un campo de concentración nazi, donde le tocó ver el dolor y sufrimiento en una variación horrífica, nosotros podemos apoderarnos del dolor. Y cuando digo apoderarnos, quiero decir eso: nosotros tenemos el poder sobre él. El concepto clave es el poder de decisión, de decidir qué actitud tomo frente a las circunstancias de la vida. Somos libres, dice, comprendiendo que esa libertad es finita, puesto que nunca estamos libres de las condiciones bio-psico-sociológicas que nos tocan vivir. Sin embargo, nuestra libertad recae en que podemos elegir una actitud ante cualquiera sean las condiciones que enfrentemos. Cómo decidimos reaccionar a la invariabilidad de las condiciones que nos toca afrontar, depende de nosotros. O sea, si no puedo cambiar el destino, ciertamente puedo cambiar mi actitud frente a él.
¿Qué elijo yo? Elijo el sufrimiento, pero no ese sufrimiento existencialista en donde uno acata sin tener injerencia sobre la vida. No. Me refiero al sufrimiento con sentido, aquel en que una persona logra dar un propósito a ese sufrimiento, moldeando la experiencia de sufrimiento hacia el logro desde el amor y la compasión. Sufrir no tiene por qué ser una experiencia negativa. No tenemos por qué dejarnos llevar por la corriente social que hace de todo por evitar el sufrimiento. El sufrimiento es crecimiento, es trascendencia. Finalmente, me pongo en el lugar del que nos deja, pensando qué hubiese esperado de nosotros. Lo único que se me ocurre es que nos inunda de amor, de comprensión, nos invita a vivir nuestras vidas, a crecer, a seguir creciendo mucho más de lo esperado. Nos agradece por haber compartido momentos, vivencias, dolores. Está acá con su inmenso amor y compasión, permitiéndonos sentir el dolor y aceptar esta nueva realidad: la vida sin ti.
En memoria de mi hermosa prima, la risueña, la hermosa, la princesa, la irreverente, la que me enseñó a que si no tienes las cartas necesarias para hacer una jugada, "pa que te complicas... cambia las cartas". Mi prima, la más resiliente de todas. A-mort para ti. Siempre, siempre acá, siempre siempre contigo, siempre siempre juntas.
Links de interés:
Entrevista al Dr. Viktor Frankl: https://youtu.be/k6JeEkaaBt4www.
www.renacer.cl: Fundación de apoyo para padres en duelo.