jueves, 22 de octubre de 2015

El duelo de la pérdida de un ser querido

El dolor de una pérdida

Ayer recibí una llamada escalofriante: un ser querido había muerto en un accidente automovilístico en circunstancias tremendamente injustas, la otra parte iba en estado de ebriedad y no respetó una luz roja. En un comienzo, mi reacción fue de incredulidad. !No podía ser! "¿Seguro?", preguntaba, pensando que tal vez mis familiares estaban exagerando y que probablemente estaba grave únicamente. Pero las horas pasaron, y la tristeza se apoderó de todos. Algunos lloraban desconsolados, otros no sentían su propio cuerpo, llegando al desmayo, y otros se ocupaban de los trámites. Porque la vida sigue, no hay tregua para los que deben seguir habitando esta tierra. Ubicar una funeraria, un abogado tal vez, recoger la ropa con la que deseamos despedir a nuestro deudo, hacerse cargo de sus mascotas, y la difícil tarea de avisar a quienes conformaban el círculo cercado de nuestro familiar.





En estos momentos, cuando es todo tan reciente, resulta imposible pensar en el futuro. Invade el dolor y la angustia, esa sensación de incertidumbre, un ¿por qué? que quiebra nuestro interior. Los comentarios bien intencionados sobre la situación no ayudan mucho. "Está en el cielo", "El tiempo lo cura todo", "Qué le vamos a hacer, así es la vida". Pareciera que lo único que tuviéramos de nuestro ser querido es el dolor y si no me aferro a él, ya lo habremos perdido por completo. Muchas veces pueden aparecer síntomas físicos como cefaleas, nauseas, vómitos, mareos, rigidez muscular, temblores, y por sobre todo, alteraciones del sueño. Cómo conciliar el sueño si nuestro ser amado se aparece de forma recurrente en nuestros pensamientos. Basta con cerrar los ojos para verlo, la última conversación, la última vez que estuvimos juntos, los temas que quedaron pendientes, el horror de la muerte... deambulan como sonámbulos en nuestra mente. Y obviamente, la falta de descanso hace que estemos cabizbajos, sin ganas de hacer nuestra vida de forma habitual. El duelo ya está instaurado en nuestras vidas.

¿Qué sigue? Recuerdo un libro muy emotivo que escribió la periodista Susana Roccatagliata, "Un hijo no puede morir. La experiencia de seguir viviendo", donde relata la historia personal de la pérdida de su hijo por una negligencia médica, junto con compilar la experiencia de otros padres que habían pasado por este infortunio de la vida. Cada una de estas familias compartieron la experiencia de perder a un hijo/a. Los testimonios son desgarradores, pero lejos de causar pena (que ciertamente lo hacen), hay un relato de crecimiento. La posibilidad que entrega el poder compartir nuestra experiencia, de sacar todo afuera, hasta las conjeturas más macabras sobre lo sucedido van generando un discurso nuevo. Tal vez emergen voces de recuerdo, de añoranza de los momentos hermosos que se vivieron juntos. Emerge el agradecimiento por, como decía Pablo Neruda, al menos habernos amado ("Prefiero haber amado y perdido, que nunca haber amado"). Puede aparecer la compasión y el perdón por lo irresoluto. Y poco a poco queda el amor, el a-mort, o sea, la negación de la muerte. Sé que es un sin sentido, que ya no está, pero si su vida llenó este espacio con amor, entonces no hay muerte que lo supere.




El dolor tiene esa particularidad: podemos trascenderlo sin necesidad de huir de él. Para el psiquiatra austriaco Viktor Frankl, creador de la logoterapia, quien vivió parte de su vida en un campo de concentración nazi, donde le tocó ver el dolor y sufrimiento en una variación horrífica, nosotros podemos apoderarnos del dolor. Y cuando digo apoderarnos, quiero decir eso: nosotros tenemos el poder sobre él. El concepto clave es el poder de decisión, de decidir qué actitud tomo frente a las circunstancias de la vida. Somos libres, dice, comprendiendo que esa libertad es finita, puesto que nunca estamos libres de las condiciones bio-psico-sociológicas que nos tocan vivir. Sin embargo, nuestra libertad recae en que podemos elegir una actitud ante cualquiera sean las condiciones que enfrentemos. Cómo decidimos reaccionar a la invariabilidad de las condiciones que nos toca afrontar, depende de nosotros. O sea, si no puedo cambiar el destino, ciertamente puedo cambiar mi actitud frente a él.

¿Qué elijo yo? Elijo el sufrimiento, pero no ese sufrimiento existencialista en donde uno acata sin tener injerencia sobre la vida. No. Me refiero al sufrimiento con sentido, aquel en que una persona logra dar un propósito a ese sufrimiento, moldeando la experiencia de sufrimiento hacia el logro desde el amor y la compasión. Sufrir no tiene por qué ser una experiencia negativa. No tenemos por qué dejarnos llevar por la corriente social que hace de todo por evitar el sufrimiento. El sufrimiento es crecimiento, es trascendencia. Finalmente, me pongo en el lugar del que nos deja, pensando qué hubiese esperado de nosotros. Lo único que se me ocurre es que nos inunda de amor, de comprensión, nos invita a vivir nuestras vidas, a crecer, a seguir creciendo mucho más de lo esperado. Nos agradece por haber compartido momentos, vivencias, dolores. Está acá con su inmenso amor y compasión, permitiéndonos sentir el dolor y aceptar esta nueva realidad: la vida sin ti. 





En memoria de mi hermosa prima, la risueña, la hermosa, la princesa, la irreverente, la que me enseñó a que si no tienes las cartas necesarias para hacer una jugada, "pa que te complicas... cambia las cartas". Mi prima, la más resiliente de todas. A-mort para ti. Siempre, siempre acá, siempre siempre contigo, siempre siempre juntas.



Links de interés:
Entrevista al Dr. Viktor Frankl: https://youtu.be/k6JeEkaaBt4www. 
www.renacer.cl: Fundación de apoyo para padres en duelo.

miércoles, 21 de octubre de 2015

El hábito de la lectura

Cuando leemos porque queremos.

Por estos días, varios colegios están en proceso de rendir la prueba SIMCE. Hace ya un par de años, el Ministerio de Educación envía un set de preguntas a contestar dirigidas a los apoderados. Me llama la atención la introducción de varias preguntas sobre hábitos de lectura: ¿cuánto lee usted, de 2 a 5 horas, más de 10?, ¿Lee por obligación, gusto?, etc.

Hace un mes atrás, un señor me habló en la Biblioteca de Santiago, a donde voy cada dos semanas a buscar libros para mi y para mi familia, y me pidió si podía hablar sobre mis hábitos de lectura para un spot que iba a salir en la tele. En un principio le dije que "no, gracias. No veo tele" (dijo la nerd). A lo que él me contestó, "por favor, es que nadie nos ha podido ayudar. A lo más leen el chiste del diario y estamos en la biblioteca". Acepté a regañadientas, aunque debo confesar que hablar sobre la lectura me provocó cierto grado de placer. 




En mi infancia siempre hubo libros y muchos, y si yo quería uno en especial, siempre la respuesta era un "sí" rotundo. Además, había una cultura sobre los libros y la lectura en que el que leía era especial, "ese se está preparando para ser inteligente", decían mis padres. Había una manera de relacionarnos en la que los libros eran parte de nuestro diario quehacer: los comentábamos, discutíamos sobre los autores, los criticábamos y nos entreteníamos hablando sobre ello.

Hoy se habla mucho sobre la importancia de los hábitos de lectura, incluso con una base de datos muy certera sobre las consecuencias que puede tener en la vida de una persona leer o no. Sabemos por ejemplo, que el grado escolar clave para tener una comprensión lectora adecuada es entre 4to y 5to básico. Más allá de esos niveles, ya requiere mayor esfuerzo para que un niño/a comprenda lo que está leyendo. Por lo tanto, hay que plantar las semillas antes, entre 1ero y 4to básico.

Los colegios, entonces toman medidas como la "lectura silenciosa", se incorporan a las evaluaciones ítems sobre comprensión lectora, además de la obligatoriedad de la lectura complementaria. Pero yo veo un error garrafal: los niños y adolescentes están incorporando estas lecturas como algo obligatorio (sin considerar que todo eso lleva nota), sin poder visualizar el poder lúdico y de crecimiento de la lectura. 




Todo hábito que nosotros queramos que se incorpore debe contemplar su parte social. Así, por ejemplo, somos los padres y profesores quienes debemos leerles a nuestros niños. La lectura en voz alta es un proceso muy importante en la iniciación de la lecto-escritura, según Stanley L. Swartz en su libro "Cada niño un lector. Estrategias innovadoras para enseñar a leer y a escribir". A través de la lectura en voz alta, los niños van conociendo la estructura de los textos y las reglas que gobiernan el proceso por el cual leemos. Tan simple como "hago lo que veo que mis papás y profesores hacen". 

Por cierto, leerles a nuestros niños nos da la oportunidad de motivarlos, y de vincularnos de manera positiva con ellos. De grandes se acordarán de cuando la mamá, el papá, la tía, la miss, les leía. Se acordarán de los cuentos que les leían, algunos niños hasta se los aprenden de memoria. 




Poco a poco, esa lectura en voz alta, pasará a lectura guiada y luego a una lectura más independiente. Pero nunca debemos perder de nuestro horizontes que la motivación y la vinculación emocional es clave. Leemos lo que nos gusta y acerca de lo que queremos aprender.

Y bueno, no puedo dejar de mencionar la vergüenza que me da el impuesto a los libros. Espero que tal como cuando yo era pequeña (no vivía en Chile), un día padres y profesores no tengan que preocuparse del presupuesto para leer, si no que sea asequible a todos. Pero por mientras, piénsenlo así: si yo quiero hacer ejercicio, necesito pagar un gimnasio ¿o hay otras alternativa? Claro que sí, simplemente salgo a correr. Bueno, le recomiendo la Biblioteca de Santiago, es gratis para menores de 18 años. Así que vaya haciendo la lista de sus gustos y anímese: hay un libro esperando por ti.